Una sombra que encierra. La ceguera de los que viendo no ven. Un fantasma a la espera del menor descuido para arrugar fragmentos de una vida que inevitablemente quedará llena de cicatrices. Algo que aísla, avergüenza, que debe ocultarse bajo llave, en la misma caja donde se resguardan los recuerdos y la medicación, la compañera delatora de aquello que con tanta ansia se intenta encubrir. Luciana, la narradora de esta historia, llama El lugar de las sombras a un paraje en el recinto interior a dónde van los que sufren, especialmente los deprimidos, quienes padecen esa incapacidad para dormir que va doblegando la voluntad hasta robarnos el deseo de vivir, la fuerza para sobrellevar la existencia, y que -en muchos casos -acaba con la existencia misma.
Una sombra que encierra. La ceguera de los que viendo no ven. Un fantasma a la espera del menor descuido para arrugar fragmentos de una vida que inevitablemente quedará llena de cicatrices. Algo que aísla, avergüenza, que debe ocultarse bajo llave, en la misma caja donde se resguardan los recuerdos y la medicación, la compañera delatora de aquello que con tanta ansia se intenta encubrir. Luciana, la narradora de esta historia, llama El lugar de las sombras a un paraje en el recinto interior a dónde van los que sufren, especialmente los deprimidos, quienes padecen esa incapacidad para dormir que va doblegando la voluntad hasta robarnos el deseo de vivir, la fuerza para sobrellevar la existencia, y que -en muchos casos -acaba con la existencia misma.